Pertenezco a una generación que se formó emocionada con las experiencias frescas que mis psicoterapeutas y maestros transmitían todavía de la mano de Fritz Perls.
Rondaban los años 80 en un Buenos Aires castigado intelectualmente (y con la vida misma) por la represión militar. Y muchos, tras el cierre de la Facultad de Filosofía y Letras, buscamos grupos de estudio undergrounds, psicólogos no “fichados” que, con mucha discreción continuaron conteniendo, sanando, enseñando y motivando a crecer para transformarnos en personas libres psicoemocionalmente.
Los laboratorios realizados en casas de fin de semana “no sospechosas” nos permitieron reír, llorar y cantar fraternalmente nuestros mundos privados desoyendo el son de toques de queda.
Y para cuando recuperamos el libre albedrío, ya muchas semillas habían sido sembradas en el campo de la consciencia.
Recuerdo ahora muchos más rostros que nombres… Quiero darles mi agradecimiento a todos esos compañeros de estudio, de terapia grupal, de sesiones prolongadas y de laboratorios, porque sin ellos no hubiera podido ver ni integrar muchos de mis aspectos en sombra.
Algunos maestros ya no están. Otros continúan, enriquecidos por los años, formando y acompañando con proximidad y a la distancia. Pero a todos los que, por allá y entonces, fueron parte de mi formación, va mi agradecimiento.