Hacia los años ‘90, en los albores de la globalización, mi pensamiento, quizás conectado con una consciencia intuitiva, se devanaba en preguntas que me llevaran a la creación de recursos con los que, de lo macro a lo micro, toda organización se alineara con el inminente cambio de paradigma exigido por los avances imparables que “amanecían”, sobre todo, en el campo de las tecnologías, las comunicaciones, las fusiones multinacionales y, en suma, la economía y la cultura.
Concluí, con gran valentía (y una buena dosis de idealismo, que los cambios debían comenzar desde “arriba” hacia “abajo”.
Desarrollé programas para líderes de empresa y mandos medios, organicé un seminario sobre calidad total que apuntaba a llegar a la excelencia (para poder competir en los nuevos mercados) a partir del desarrollo humano, como base de todo desarrollo.
Así, en el ’97 tuve la gran satisfacción de representar a Argentina en temas de Desarrollo de Nuevas Organizaciones, en el Primer Encuentro del Corredor Atlántico de Mercosur.
Veinticinco instituciones participantes, se interesaron por mi propuesta en términos intelectuales. Esa experiencia, la de saber que interesaban mis ideas y propuestas, fue como una gran recompensa.