Esta fue la pregunta que hizo alguien en uno de los grupos de terapia que dirijo: “¿Todos somos narcisistas?”. Y la verdad es que me gustó mucho su pregunta, ya que más que una pregunta fue un “darse cuenta”…
Lo cierto es que ese no era el momento para profundizar en esta cuestión sin apartarnos del trabajo que hacíamos. De modo que intentaré explayarme un poco más en la respuesta a través de esta reflexión compartida.
Si entendemos narcisismo como sinónimo de “un yo herido”, la respuesta es sí: Somos todos narcisistas…
La herida en el yo parece inherente al hecho de ser humanos. Y, como seres humanos, puede que este gran tema, el narcisismo, sea nuestro talón de Aquiles (o uno de ellos).
Tampoco olvidemos que el contexto social actual está resultando ser un sistema desvitalizado de valores y de ética, fácilmente observable en la corrupción, en la insolidaridad con los más desprotegidos, en la erotización del éxito económico, de la niñez y de la fama, que finalmente tanto estrés provocan, y que consiguen agotar y/o precarizar los canales de vitalidad y ternura.
Y apelando al mito, también están los selfies… Pero aparcando el tema social, quiero decir apartando el tema de nuestra sociedad narcisista, ya que merece texto(s) aparte, para volver al punto en el que me quiero centrar, otra pregunta clave es:
¿Quién no ha construido su carácter en torno a una herida primigenia?
La falta de empatía, la ausencia de atención en la mirada, la carencia de ternura, la incomprensión por parte de los padres durante la primera etapa de vida, los juicios de valor excesivos y exigentes, puede producir un daño en el “sí mismo” (el yo en desarrollo del bebé o niño).
Es fácil comprender que sea en esa primera etapa de vida tan sensible, cuando sentimos nuestras heridas “fundacionales” sin “airbag” posible.
Dependiendo de la magnitud de estas heridas y de la etapa en la que se han producido, en algunos momentos se perfilarán o aparecerán nuestras tendencias o reacciones narcisistas, o se perfilarán patologías narcisistas. Psicopatías.
En el contexto breve de estas líneas, y para que podamos comprender mejor este gran tema aunque sea muy básicamente, me referiré a los casos de mayor dolor, herida e insatisfacción.
La insatisfacción-dolor experimentada en la primera etapa de nuestra vida, produce un quiebre energético (imaginemos el cuerpo de un bebé relajado, laxo, feliz, con movimientos fluidos y más bien ondeantes y ondulantes, vs. el de un cuerpecito moviéndose por tensión, displacer o dolor. Seguramente lo podríamos asociar a líneas más quebradas).
De ser frecuente ese quiebre psico-corporal en ese “ser-siendo” tan sensible a todo, puede reducirse o apelmazarse la expansión vital-emocional del pequeño/a.
Sus capacidades de sentir se ocultan o apagan en un intento de protección y supervivencia puramente biológicas.
Esa protección termina siendo como una escayola, o una armadura medieval… o hasta una “¡barrera impenetrable de invisibilidad” como diría mi nieto cuando jugamos a tener súper poderes en una lucha contra enemigos tremendos.
Pero fuera de juegos, si esa natural expansión vital que necesitamos para crecer y evolucionar física y emocionalmente va a sobresaltos, con tensiones imposibles de comprender y menos de asimilar, el niño puede dejar de sentir-se (para no sufrir) y se convierte en un ser corporal-mente desvitalizado, ausente, desconectado de sus verdaderas emociones… O por el contrario, hiperactivo y nervioso pero igualmente desconectado. Pues en cualquier caso, reduce su capacidad sensorial… Su capacidad de sentir se atenúa o apaga u oculta.
Así, se llega a la falta de empatía, de sensibilidad y de respeto hacia uno mismo y por extensión hacia los demás y hacia nuestro entorno, debido a heridas iniciales o muy tempranas.
De esas heridas difíciles de asimilar, por tanto no sanadas, aparecen más tarde individuos que se quejan de su imagen, o no se identifican con su cuerpo, o que suelen ser fusionales o co-dependientes, o con dificultad para amar o para establecer relaciones satisfactorias a largo plazo; individuos con sentimientos de vacío, alienados (desconectados de sí mismos), superficiales, etc., etc.; en suma, con un ego muy grande (armadura) y un yo muy pequeño (un sí mismo herido).
Para llegar a ese modo de ser-estar, se ha necesitado construir una coraza muy “efectiva”, muy rígida, que evite sentir el terror o la angustia insoportables de la que nos hemos protegido “allá y entonces”.
Ese “allá y entonces” puede venir incluso de etapas pre-natales. Pero es crucial, a partir del nacimiento, el vínculo materno-filial, ese vínculo primario, biológico-intuitivo, que nos encamina (desde la simbiosis inicial) a la diferenciación o desarrollo de una identidad (primero prácticamente corporal) a través de la piel, del diálogo sensorial-emocional-tónico-corporal, como una manera natural y paulatina de ir delimitando (para diferenciar) lo que es el mundo interno y el mundo exterior.
En suma, ese vínculo es crucial para configurar la diferenciación entre “un yo y un tú”, para que en verdad surja un vínculo entre dos (diferentes y diferenciados).
Por eso es válido pensar que el narcisismo es una falla vincular. Un lazo no bien atado… (y por ende difícil de “cortar” en etapas posteriores).
Y al igual que las fallas geológicas, a veces se producen erupciones, tsunamis y terremotos…
En mayor o menor grado, todos tenemos heridas, tenemos fallas vinculares. No hay vínculo perfecto. No hay perfección. Así es la vida de perfecta en la imperfección, porque así es como se forjan (también) algunos grandes propósitos de vida, de superación y evolución…
Todo es relativo, y en este caso, el narcisismo es relativo según el grado de herida vincular…
Pero sí, todos somos narcisistas.
Ahora bien, llegar a esta afirmación no es para justificarnos. Más bien se hace necesaria la aceptación como base real de apoyo para cambiar o/y gestionar los impulsos narcisistas. Esto es válido para pacientes y terapeutas. Creo que es imposible trabajar este tema en otras personas si nosotros no nos reconocemos y trabajamos nuestras heridas narcisistas.
Trini Torner, noviembre 2016.